La coincidencia de ver de lejos

Miraba el teléfono así que no notó cuando él salió, sino hasta verlo dando pasos a mitad de calle en diagonal.

Lo único que ella alcanzó a ver fueron sus gafas por el retrovisor, algo de su calva que ya asoma como corona en la parte de atrás de su cabeza, los pantalones formales y su jersey camel.

Cruzó y caminó tan rápido que ella no vio si sólo iba hasta el éxito expréss de la esquina o fue más lejos.

No se le ocurrió parquear en otro lado para esperar a que su madre saliera de la cita médica. Total, era seguro, un lugar que ya conocía y probablemente él no saliera a esa hora. No. Habría que estar descocado para pensar que lo vería salir de su edificio a esa hora.

Qué sorpresa la invadió al verlo salir y desaparecer tan rápido que sólo le dio tiempo para encender el carro y salir por la séptima como si así fuera a huir del espeso calor que le acomodaba Bogotá al medio día de un martes cualquiera. Nunca supo si era el calor de los nervios o de estar encerrada bajo el sol.

Fuego

Me parece un desproposito bautizar aquellos eventos como «el diluvio», cuando en realidad todo parecía más un incendio.

Ese jueves parecía haberme quedado dormida con una vela encendida, o quizás con una lámpara de aceite ardiendo en la penumbra. Tras largas horas de silencio, me di cuenta de que todo estaba siendo consumido por unas llamas que no pude contener y cuyas cenizas arden hasta el día de hoy.

Probablemente jamás vaya a volver a ser feliz como lo fui en ese tiempo pero me resigno a pensar que prefiero ese castigo a ser condenada a arder una segunda vez.

Me quedo con la aparente tranquilidad de las suaves cenizas, que siempre ardiendo mantienen la esperanza de permanecer inextinguibles ante mi agotamiento.

Incendio o tormenta, siempre el riesgo es el fuego.

La gota que derramó el vaso

Qué curioso escribir después de tres años. Definitivamente debió ser lo suficientemente traumático todo como para dejarme muda. No me he recuperado, pero hay que tener valentía para volver a las letras que abandoné.

Tuve que cambiar de ciudad, cambiar de empleo, dejar la universidad y atravesar una pandemia para que al final no viera las cosas como determinantes en mi vida.

Y entonces ¿por qué vuelvo a escribir? Me he percatado de que no se me antoja escribir sobre cosas que tengo miedo de perder, sino de aquellas que por su carácter naturalmente efímero deseo remembrar entendiendo que tienen un periodo en mi vida limitado y que están condenadas a no ser permanentes.

Por eso puedo escribir sobre la frustración de llegar a los treinta y no cumplir con la norma social, no estar casada, no tener hijos, no tener un empleo en mi profesión. Pareciera que escribir me ayudara a cerrar ciclos.

¿Por qué cuesta tanto cerrar un ciclo? ¿Acaso no es decir adiós y ya? Debería ser así, sin dolor, sin extrañar, sin mantener un vínculo delgado, pero siempre es como una llave dañada por la que deja de correr el agua pero permanece una gotera incesante que corre a ningún lado y sin ningún propósito.

Tengo una gotera hace tres años. Una gotera cuyo número elimino de mi agenda y abro la llave para que fluya el agua. Una gotera que me da todo lo que me hace falta, que con dos palabras de admiración me reconcilia conmigo misma, que me hace sentir reconfortada. Esa gotera no me deja dormir, se escabulle en mis sueños y me pregunta una y mil veces porqué la cierro. La última vez que la abrí la gotera me llevó como un río hacia un reencuentro conmigo misma, a reconocerme en las lecturas, la academia y el folclor de las artes. Ojalá la gotera se fuera por si sola, se apagara desde su origen, se secara como se secan los ríos. He intentado apretarla, corregirla, soplarla, insultarla. Nada sirve. Me he acostumbrado a vivir con ella, ahí, presente, como diluyéndome en ella, sabiendo que siempre está. A veces creo que si la gotera sigue ahí es porque algo necesita de mi, a veces pienso que solo está esperando para volver a un encuentro y vengarse por querer hacerla desaparecer. Y sin yo tener presente a la gotera, pareciera que esta está pendiente de mí. He fantaseado con que nos queremos, con que más que una tortura es simplemente un destino, pero para mi desgracia recuerdo que ni ofreciéndole huir al mar la gotera se animó a darlo todo y ahogarnos para siempre.

Es probable que esa gotera se extinga como la mayoría de cosas en la vida, mientras yo sigo pensando que el amor no es para los mortales y que la imposibilidad de manifestarlo es justamente lo que nos hace humanos, pero que no por eso hemos de estar dispuestos a aceptarlo. Tres décadas de vida me han enseñado que por negarse el amor a los humanos, justamente tenemos la necesidad de que llegue de las formas menos ortodoxas y oportunas. Pero por lo mismo no estoy dispuesta a aceptar menos que todo. Quiero todo o nada, no quiero un limbo, deseo un cielo abierto o el destierro en el infierno en el que también se puede arder deseando que la ultima gota escapada de esa llave se extinga.

Sufriendo con Juan Ma

Y entonces encontré a alguien que sufre de lo mismo. Juan Manuel es alérgico a su sudor, a algunas comidas, al sol. Su piel, al igual que la mía, se manifiesta con los mismos signos generando picazón y enrojecimiento, un brote e inflamación.

Hoy salí del taller y quedamos de contrarnos en el centro, yo como prometí, haciendo alarde de poder combinar el turquesa con el rojo, aunque horas más tarde revelé el truco de «Chicisimo«, porque «uno conoce a los amigos por las aplicaciones que tienen en el celular». Intercambiamos teléfonos como chicos en primer día de clases enseñando sus elementos personales, y vimos la aplicaciones de cada uno. Tiene una que se ve prometedora, buenos trazos y apenas para ilustrar. Horas más tarde fuimos a ver cómo está quedando la Lerner y mientras tomaba una foto me enseñó la maravillosa cámara de su teléfono. «Con razón toma tan buenas fotos», es la pullita para que mire por encima de sus lentes.

Comimos pizza con sus queridos cocteles en un restaurante llamado «Madre», me hizo reír a carcajadas y casi llorar con el cuento de lavar la loza como terapia.

Las berenjenas estaban deliciosas. En combinación con queso son suaves y jugosas. Quedamos de probar unas asadas e ir a ver Toy story 4 porque él no la ha visto.

Por estar pensando pendejadas en el FICCI del año pasado me he perdido de un buen amigo, de un tipo bien gracioso y peculiar andar. Falta reunirnos con Mónica Juanita y con Iván Gaona para completar un combo compinchero, con un par de preguntas podré conocer sus técnicas pedagógicas aplicadas en la ENAC (que pueden ser también: ninguna), porque Juan Ma ya me ha contado algunas cosas que hace en las clases del Poli. Me siento contenta al rodearme de amigos profesores, justo cuando veo más de cerca, en la Nacional o en otra universidad, que «mi perfil docente» se afianza, como dice Buenaventura. Es bonito porque es por mérito propio y enseñar es una pasión para mí.

Me invitó a conocer su nueva casa, pero ya era muy tarde y en mi casa me esperaban. Así que en estos días pasaré a darle saludos a la nueva morada de gato encerrado films, al hogar de Rojo red, a la guarida de Juan Manuel. Podría ser el martes después de ver sus cortos en Bogoshorts, un compromiso al que asistiré después de mostrar mi trabajo final de «Errancias del vídeo». Quiero reencontrarme con amigos antes del BAM y es una buena oportunidad.

Dormiré con algunas carcajadas esporádicas cada vez que lo imagine lavando platos mientras Jaime Manrique recibe algo de brisa, en un apartamento en Cartagena, después de una proyección algo enreversada.

A la salud de los amigos que nos hacen reír hasta las lágrimas.

Alerta aeropuerto

-Nos vemos a las 9:30- sentenció, mientras me subía a un carro, rumbo a el aeropuerto. Diez minutos después escribía que se había desocupado.

Me bajé del carro en Salidas nacionales y marque su número. Su acento paisa no cambia con el tiempo y me respondió que nos veríamos en el Crepes.

Sin las gafas puestas era difícil saber en dónde me esperaba, después de dar vueltas en el restaurante, me di cuenta de que él no estaba. Iba a salir cuando lo ví subiendo la escalera, allí estaba como siempre, con sus barbas espesas, una chaqueta impermeable y tenis. Toda la pinta de pescador.

Recogí la maleta y nos sentamos. El pidió unos waffles con miel y yo un french conection. Luego, la conversación se basó en lo difícil que es conseguir apartamento. Esta cansado de vivir con su hermano y su novia en un apartamento en el que no puede hacer el desorden acostumbrado. Esta cansado de vivir cocinando y que le obliguen a limpiar de inmediato, está cansado del té de su cuñada, según él, lo único que prepara. Extraña el desorden de casa materna, donde todos convivían siendo felices sin pisar la felicidad de los otros.

Le conté del apartamento, de escoger pisos y terminamos hablando de su futuro con la madera. El complejo de Cristo es latente, su barba espesa se moja al ir de pesca con su amigo Pedro, y ahora será carpintero. No creo que sea capaz de dejar su trabajo en la agencia, pero siempre es un placer hablar hipotéticamente del futuro, un futuro en el que nos espera todo. Dijo que estaba aburrido y le subieron el sueldo, y aún así sigue con deudas.

Pagué la cuenta, salimos y me dejó cerca a mi casa en el carrito pescador, después del consabido ritual de despedida, que una vez estandarizamos, esperamos no romper nunca, ni siquiera si tuviésemos pareja (cosa que evidentemente yo no podré hacer en mucho tiempo después del maltrato insufrible y de aguantar a un sociópata por cerca de un año, y él menos mientras sigue pensando en qué hacer con su vida). Increíble que nos tengamos hasta aniversario.

Santiaguito es todo lo que está bien, todo lo que uno quiere ver. Su abandono de la altivez le hace ver aún más guapo. Y es que los enamoramientos ya no medían, aquí solo hay dos personas mirándose y diciéndose lo incierta que es la vida. Lo único cierto es que apenas la inflamación de la cara me bajé tomaremos café, mientras él decide dónde montará su carpintería.

Mi amor

Mi amor va a estar siempre, aunque te vayas y huyas y te encierres.

Mi amor va a estar siempre, viéndote ahí, llorando por algo que a ambos se nos escapa.

Mi amor va a estar subiendo las cortinas de tu casa para que el aire la recorra y que todo huela a flores como cuando estábamos juntos.

Mi amor va de tu mano, va siempre junto a ti, en los campos dónde juegas y dónde nunca existí.

Mi amor está cuando en tus venas, una gota más de alcohol no cabe, cuando tu estómago vacío asfixia mariposas, cuando en mi abrazo quieras dejar tus lágrimas.

Mi amor está en la penumbra del olvido de pagar la luz, contigo siempre aunque perdieras todo, aunque mañana no tuviéramos nada, aunque solo quedáramos el uno para el otro.

Mi amor estará para cuándo vuelvas. Firme, latente, siempre para levantarte y darte un beso de buenas noches.

Mi amor está atado a tu vulnerabilidad, cuando pareces débil, podemos entonces compartir un abrazo y susurrar que nos amamos. Mi amor para ti siempre estará, solo haz de llamar y correré a tu lado.

Mi amor no se preocupa por mi, sino por tí. ¿Podría sanarte con mi amor, secando lágrimas innecesarias? Sí. Ahora me sanaré yo, pero en un tiempo cuando sanos ambos corazones levanten las manos, en un abrazo se fundirán.

501

Fue extraña la forma en que nos conocimos, fue extraña la manera en volvimos a hablar, pero es aún más extraña las formas en que nuestras apariciones desde hace dos meses, se performan ante nuestros ojos.

Quisiera ver más allá, comprobar que abrirme a querer bien a alguien, no será nuevamente un desastre, pero quedó el miedo. De repente siento que te vas, te vas para no estar más. Siento que eso es mi culpa.

Parece que el tiempo son dos agujas que me encierran y no me permiten verte, compartirte, y contemplar tus manos. Si te arriesgas yo te sigo, pero necesito esa primera piedra. Algo que me diga que aquí arriesgamos juntos.

¿Mamá qué será lo que quiere el negro?

Bienvenida a otra suerte

Decidio que quiere es decirle a la vida que cierra un ciclo y abre otro.

Huyó en un avión para no decir adiós, porque no es capaz. No es capaz de dejar de querer, y por eso mejor lo dejarlo en manos de él.

Su mente la lleva por los laberintos de todas las películas ridículas de amor. De un momento a otro espera ser capaz de no perder a un hombre en diez días, o esperar a que él tome un avión para bbuscarla y decirle que van a estar juntos para siempre. Pero nada de eso va a suceder.

No son una película mala en cartelera, somos un historia bonita, que debe conservarse así, a menos que él tome la decisión de llegar lejos de la mano, tomando la de ella, porque a ella el pudor no le da para tomar la tuya, ella necesito ser conquistada a la antigua, aquí muere su feminismo.

Ella (yo, quién sea) no va a proponer, eso es más de los que pueden soportar sus reformas de pensamiento y actuar.

Qué la suerte los junte algún día para siempre. Qué la suerte nos junte.

Ricardo

Estoy leyendo un libro, desesperada, tratando de que las palabras oculten mis pensamientos y no me dejen escuchar nada más.

Es el segundo libro que leo de Ricardo. Lloro. Lloro porque me describe a los 49. ¿Seré esa?

Lloro por lo que no pudo ser. Porque el silencio me está matando y necesito llenar con palabras en los libros. Lloro por egoísta, porque no quiero que te vayas aunque sepa que no deberías quedarte. Leo las palabras de Ho’oponopono, ridículas, escuetas, como planas. Te odio, mucho te odio. Pero te quiero, te quiero más de lo que te odio. Como, rezo y amo, llorando hasta dormir.

Esos personajes de Ricardo Silva Romero siempre están viviendo su humanidad. Qué desgastante ser humano.