Qué curioso escribir después de tres años. Definitivamente debió ser lo suficientemente traumático todo como para dejarme muda. No me he recuperado, pero hay que tener valentía para volver a las letras que abandoné.
Tuve que cambiar de ciudad, cambiar de empleo, dejar la universidad y atravesar una pandemia para que al final no viera las cosas como determinantes en mi vida.
Y entonces ¿por qué vuelvo a escribir? Me he percatado de que no se me antoja escribir sobre cosas que tengo miedo de perder, sino de aquellas que por su carácter naturalmente efímero deseo remembrar entendiendo que tienen un periodo en mi vida limitado y que están condenadas a no ser permanentes.
Por eso puedo escribir sobre la frustración de llegar a los treinta y no cumplir con la norma social, no estar casada, no tener hijos, no tener un empleo en mi profesión. Pareciera que escribir me ayudara a cerrar ciclos.
¿Por qué cuesta tanto cerrar un ciclo? ¿Acaso no es decir adiós y ya? Debería ser así, sin dolor, sin extrañar, sin mantener un vínculo delgado, pero siempre es como una llave dañada por la que deja de correr el agua pero permanece una gotera incesante que corre a ningún lado y sin ningún propósito.
Tengo una gotera hace tres años. Una gotera cuyo número elimino de mi agenda y abro la llave para que fluya el agua. Una gotera que me da todo lo que me hace falta, que con dos palabras de admiración me reconcilia conmigo misma, que me hace sentir reconfortada. Esa gotera no me deja dormir, se escabulle en mis sueños y me pregunta una y mil veces porqué la cierro. La última vez que la abrí la gotera me llevó como un río hacia un reencuentro conmigo misma, a reconocerme en las lecturas, la academia y el folclor de las artes. Ojalá la gotera se fuera por si sola, se apagara desde su origen, se secara como se secan los ríos. He intentado apretarla, corregirla, soplarla, insultarla. Nada sirve. Me he acostumbrado a vivir con ella, ahí, presente, como diluyéndome en ella, sabiendo que siempre está. A veces creo que si la gotera sigue ahí es porque algo necesita de mi, a veces pienso que solo está esperando para volver a un encuentro y vengarse por querer hacerla desaparecer. Y sin yo tener presente a la gotera, pareciera que esta está pendiente de mí. He fantaseado con que nos queremos, con que más que una tortura es simplemente un destino, pero para mi desgracia recuerdo que ni ofreciéndole huir al mar la gotera se animó a darlo todo y ahogarnos para siempre.
Es probable que esa gotera se extinga como la mayoría de cosas en la vida, mientras yo sigo pensando que el amor no es para los mortales y que la imposibilidad de manifestarlo es justamente lo que nos hace humanos, pero que no por eso hemos de estar dispuestos a aceptarlo. Tres décadas de vida me han enseñado que por negarse el amor a los humanos, justamente tenemos la necesidad de que llegue de las formas menos ortodoxas y oportunas. Pero por lo mismo no estoy dispuesta a aceptar menos que todo. Quiero todo o nada, no quiero un limbo, deseo un cielo abierto o el destierro en el infierno en el que también se puede arder deseando que la ultima gota escapada de esa llave se extinga.